Quien mucho se ausenta pronto deja de hacer falta
En la vida hay que estar
presente. Presente en presencia, mente y corazón, y ello es lo que esperamos de
esas personas que consideramos como significativas en nuestro día a día.
Sin embargo, hay momentos a
lo largo de nuestra vida que empezamos a percibir ciertos vacíos, vemos cómo se
van rompiendo costumbres y aparecen los silencios. Las miradas esquivas, y las
dudas…
No hay ausencia más dolorosa que aquella de quien a
pesar de estar a nuestro lado, nos abraza con la indiferencia, con la falta de
atención o la ironía. Pocas formas de soledad pueden ocasionar tanto
sufrimiento.
Quien se ausenta es que no
desea estar presente, y en ocasiones, se crean complejas situaciones que se
alargan en el tiempo a través de las mentiras o las medias verdades. Tener la
cabeza en otro sitio es dejar de prestar atención a lo que tenemos a nuestro
alrededor.
Ofrecer vacíos a las
personas que forman parte de nuestro presente es una forma de hacer daño y también
de engañarnos a nosotros mismos. No es lo adecuado para ninguna de las dos
partes. No obstante, también hay quien no lo percibe, quien no se da cuenta que
el suyo, no es un vínculo satisfactorio, sano y emocionalmente seguro.
Hay personas que sencillamente,
no saben amar. No saben estar presentes porque solo entienden un vínculo: el de
ellos mismos. Te invitamos a reflexionar sobre ello.
El vacío del ser que
se ausenta.
En realidad, y aunque nos
sorprenda, hay muchos tipos de ausencias. Hay quien en lugar de vivir parece
que sólo pasee por la vida, sin que nada capte realmente su interés. Y hay
quien tras haber establecido una relación, ya sea afectiva o de amistad,
empieza a mostrar desinterés y apatía de un día para otro, desconecta y se
ausenta.
Quien empieza a estar ausente sólo es capaz de ofrecer
un vínculo frágil, un abrazo helado que la mayoría de las veces precede la
antesala del adiós, de esa despedida que nos llenará de incomprensión y
decepción.
Son muchas las personas que
hemos dejado atrás, simplemente, porque se enfriaron los lazos. Porque las
miradas trasmitían cansancio, o falta de complicidad, o porque el estar ausente
era la única forma de estar en equilibrio.
Son procesos normales dentro
de nuestro ciclo vital. Nuestro yo de ahora acumula muchas ausencias y etapas
cerradas donde dejamos en el ayer, a personas queridas de las que aprendimos, y
que podemos echar de menos o no. Ahora bien, es necesario saber discriminar
estos tipos de ausencias que caracterizan a un tipo de determinado de personas.
Es posible que estos casos te sean conocidos.
El padre o la madre
ausente
Son muchos los niños que
perciben a alguno de sus progenitores como seres emocionalmente distantes e
incluso inaccesibles. Dentro de esta definición, podemos diferenciar a su vez
dos tipologías.
Progenitores tiranos: puede
ser la madre o el padre. Alguno de los progenitores ejerce un tipo de educación
basada en la tiranía, ahí donde no existe la comprensión, la escucha o la empatía,
y aún menos esa cercanía emocional que todo niño necesita para crecer.
Progenitores carentes de
vínculo: puede ocurrir en ocasiones, que al padre o a la madre, no le interese
demasiado saber cómo es, o qué hace o deja de hacer su hijo. No hay cercanía,
no impone, no argumenta, no acompaña ni educa. La comunicación es escasa y se
limita sólo a “abastecer”, a trabajar y mantener la familia.
La pareja ausente
La presencia real no tiene
nada que ver con el espacio físico. Es algo que debemos tener claro, porque que
alguien esté con nosotros a nuestro lado no significa en absoluto “que esté
presente” que nos escuche y aún menos que nos ofrezca reciprocidad.
Es posible que en la mente
de tu pareja existan otros intereses que no te revela, que sus deseos se
escapen a otros espacios, se ausenta de mente y corazón y que por indecisión,
egoísmo o miedo, no se atreva a explicarlo en voz alta. Es una situación muy
destructiva.
La pareja que se ausenta es
aquella que o bien mira a otro lado cuando está con nosotros, o bien, carece de
una auténtica empatía y emocionalidad para expresar cercanía y afecto. Sea como
sea, ambas situaciones ofrecen un alto sufrimiento.
Aprender a estar
presente
Es vital tener en cuenta que
para ofrecer felicidad a las personas que amamos “no basta con estar”. Es
importante aprender a estar presentes no sólo por el bienestar de los demás,
sino por nuestro propio equilibrio psicológico y emocional. Te explicamos unas
claves sencillas para conseguirlo:
Siente más y piensa menos.
Vive tu día a día con todos los sentidos puestos, deja que la vida transcurra
en lentitud y aprende a deleitarte de las cosas más sencillas: las risas de tus
hijos, la voz de tu pareja, la brisa al atardecer, el café de las mañanas y esa
almohada fresca por las noches que mece tu descanso.
Vuelve siempre. ¿Por qué
estás ausente en este mismo momento? Tal vez estés recordando algo del pasado,
puede que estés lamentando un error o puede que estés pensando en ese proyecto
de mañana. Vuelve, vuelve siempre y aprecia lo que tienes ante ti, el aquí y
ahora.
Conecta con tu emoción
presente. Es frecuente que en el día a día, conectemos más con emociones del
pasado. Tal vez por nostalgia, por remordimiento, por recordar esa decepción
del ayer. No obstante, todo ello es sólo pasado, y el pasado no se borra ni se
edita. Aprende a reconocer y a vivir tu emoción presente.
Estar presente o estar
ausente, depende siempre de aquello que sintamos: si amas, hazlo con
autenticidad y llena espacios. Sino amas, aléjate sin dejar cicatrices.
Fuente: el post completo y original lo puedes encontrar en mujer.guru
Vía Valeria Sabater para
lamenteesmaravillosa.
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