Hay dos tipos de dolor: el que te lastima y el que te cambia
¿Por qué no aprovechar el
dolor que nos producen algunas situaciones para aprender y cambiar? Es posible
que te cueste aceptarlo, pero sacarás algo positivo de la experiencia.
Las personas no llegamos a
este mundo con la habilidad
suficiente como para gestionar el dolor. A pesar de ser algo común
en nuestro ciclo vital, y de experimentarlo nada más venir al mundo, nadie nos
ha ofrecido un manual para sobrevivir al sufrimiento.
De niños nos desahogamos con las lágrimas pero, a medida
que crecemos, nos dicen que llorar no es bueno, que es algo que solo hacen los
débiles. Es entonces cuando empezamos a interiorizar, a callar palabras y a
disimular.
La educación emocional no es algo que se enseñe en los centros educativos,
y nuestros padres casi nunca son demasiado hábiles a la hora de iniciarnos en
estos campos, en la gestión de las frustraciones, de los desengaños, de las desilusiones…
Somos nosotros, a través de
nuestras experiencias, los que debemos aprender a sobrevivir. Ahora bien, hay
algo que debemos tener claro: hay
muchos tipos de dolor emocional. Hay unos que lastiman y otros que
nos hacen cambiar para avanzar.
Aprender a aceptar
la adversidad
Hay
quien se niega a aceptar el dolor en cada una de sus formas.
Unos enmascaran el dolor físico con los analgésicos y otros rehuyen del dolor
emocional, fingiendo que no existe.
Es un error. Toda sensación
de dolor es síntoma de un problema interior que hay que conocer. Ya sea una
enfermedad, en caso de dolor físico, o bien un problema no afrontado de forma
correcta.
Tampoco podemos pasar por
alto que los problemas emocionales pueden somatizarse y derivar así en dolor
físico, en cansancio o en problemas musculoesqueléticos.
¿De qué forma hemos
de afrontar la adversidad cotidiana?
No debe sorprenderte si te
decimos que es necesario aprender
que existe esta dimensión lo antes posible. Es vital pues que, desde
nuestra infancia, se nos hagan entender las siguientes cuestiones:
Por mucho que nuestros
padres, madres o abuelos se esfuercen, no pueden cuidar de nosotros siempre ni
garantizarnos una felicidad absoluta en cada paso que damos.
Los niños deben aprender a
gestionar la frustración, a que no siempre se consigue lo que se desea.
Si educamos en madurez
emocional, daremos múltiples estrategias a los más pequeños para que cada día,
sean capaces de hacer frente a esas fuentes que les puede ocasionar dolor:
Con una buena autoestima
vencerán las posibles críticas de los compañeros de clase.
Si son autónomos, si se
esfuerzan en conseguir sus objetivos, sabrán que muchas veces el conseguir algo
no está exento de cierto sufrimiento.
El saber ya desde la
infancia y la adolescencia que la adversidad es algo que puede aparecer más de
lo que desearíamos hará que nos demos cuenta también de que “son momentos para
ponernos a prueba”. Para demostrar de lo que somos capaces.
Comprendemos que no es fácil
hacerles ver a los niños que la vida, puede ser a veces muy compleja. Como
madres y padres les deseamos lo mejor, pero tampoco podemos sobreprotegerles ni
introducirlos en una burbuja.
Hay que
ofrecerles ante todo una educación emocional que fomente su madurez,
para que canalicen mejor las decepciones, para que sepan desahogarse, quererse
más a ellos mismos, y superarse cada día en su búsqueda por ser felices.
El dolor es el
maestro más severo
Desearíamos que no
existiera. Nos encantaría borrar el dolor y el sufrimiento de nuestra vida y de
la vida de quienes amamos, para que nada turbara nuestro equilibrio.
Sin embargo, hay unos
principios que debemos asumir e interiorizar por nuestro bien.
La
vida fluye y cambia. Nada es estable y formamos parte del movimiento
Hay quien dice que para
saber qué es la felicidad, primero hay que sufrir. En absoluto. No hay que ser
tan extremos.
Las
personas sabemos muy bien qué es estar bien, satisfechos, tranquilos y felices. Es
un bien primordial y sabemos reconocerlo sin necesidad de ver a su antagonista
frente a frente.
Ahora bien, sí hay unos
errores en los que a veces solemos caer. Son los siguientes:
Pensar que la felicidad y
que la calma se van a mantener para siempre. No estamos preparados para sufrir
las pérdidas, las enfermedades, para sufrir desengaños…
Nos olvidamos de que la vida
tiene un principio innato: avanzar. Y todo avance trae de forma irremediable el
cambio, ya sea bueno o malo.
Todos formamos parte de ese
movimiento vital. Es necesario pues permitirse llevar de la forma más armónica
posible al compás de esos cambios.
Si nos resistimos a hechos
tan comunes como envejecer o no aceptamos que alguien haya podido dejar de
amarnos, quedaremos encallados, aferrados
al sufrimiento.
Hay que llorar y enfadarse,
desde luego. Es lícito ponerse de mal humor y sentir el dolor en toda su
intensidad cuando algo ocurre pero, luego, debes aceptarlo.
Y, después, formar parte de
ese río que nos lleva la vida en el día a día, donde el cambio puede traerte de nuevo cosas buenas.
Hay vivencias que nos van a
dejar lastimados por dentro, de eso no cabe duda. Hay un tipo de dolor que no
deja indemne a nadie, y eso es algo que debemos asumir.
La pérdida de un ser querido
, por ejemplo, es algo difícil de aceptar, pero poco, podremos vivir con esa ausencia.
Dolerá un poco menos.
Ahora bien, ten en cuenta
que, si bien es cierto que la personas no solemos llegar “preparadas de
fábrica” para el sufrimiento, sí disponemos de estrategias innatas para
afrontarlo: todos somos excelentes supervivientes, todos disponemos de RESILIENCIA.
Fuente: el post completo y original lo puedes consultar en mejorconsalud
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